Antonio García Velasco

 

(Algunas de las ilustraciones de este cuento han sido tomadas del trabajo de la alumna Isabel María Flores Mena -Literatura infantil, especialidad de Audición y Lenguaje, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad de Málaga-).

 

 

 

¿Para que sirven las camas? Todos sabéis que las camas sirven para descansar, sobre todo para dormir. Cuando uno tiene sueño, se va a la cama y duerme tan ricamente. Pero, ¿qué ocurriría si una cama sintiera un gran cansancio y mucho sueño? La cama de esta historia era una cama que estaba colocada en el centro de un cuarto. En ella dormía un niño que se llamaba Andrés. Un día la cama comenzó a sentirse muy cansada. Cada día que pasaba tenía más sueño.

 

                                                   

  

La cama pasó varios días con mucho cansancio. Ella, que estaba hecha para que los humanos descansaran, comenzaba a sentirse terriblemente cansada. Nunca había escuchado que una cama tuviera sueño o necesidad de descanso. Al contrario, siempre tuvo el orgullo de servir para aliviar a los humanos de sus cansancios: ¡llevaban los pobrecillos una vida tan ajetreada y absurda! Por las mañanas se levantaban temprano, cuando sonaba una máquina hostil que llamaban despertador.

 

Daban unos espantosos desperezos, protestando por tener que ir al trabajo y dejar la cama tan calentita y tan acogedora. Si ella pudiera comunicarse con esos seres, ya les hubiese dicho que continuaran allí, acurrucaditos entre las sábanas, cubiertos con la manta o el edredón, al amparo del calorcito tan acogedor. Seguro que se dormirían después en cualquier sitio.

 

 

Hasta Andrés, angelito, el niño que dormía en ella, tenía que dejar la comodidad que le proporcionaba su colchón. Y para ir a un lugar que, a juzgar por la poca diligencia que mostraba, debía ser horrible. Colegio o Instituto lo llamaban. No lo comprendía. ¡Lástima no poder hablarles a aquellos extraños seres que tanto la necesitan!

 

 

Pero, ahora, era ella la que estaba acongojada por una inaguantable necesidad de dormir. Siempre había oído que, para descansar en condiciones adecuadas, se necesitaba una cama. Y le surgía la pregunta: ¿Cómo una cama va a buscar una cama para dormir? Eso era imposible y, en toda la historia de las camas, no existía constancia de semejante problema.

 

 

Las dudas y los pensamientos parecían agotarla más aún. No sabía a qué atenerse. Y necesitaba dormir, dormir cuanto antes, descansar urgentemente. Pero ¿cómo?

El cansancio la venció, sin remedio. Y cuando se quedó sola, dobló cuidadosamente sus patas y se durmió profundamente sobre el suelo.

 

 

 

 

Al volver la familia, se armó un revuelo de voces y extrañezas. Todos quedaron llenos de asombro al ver la cama con las patas inexplicablemente rotas. Ninguno podía encontrar la razón de aquel desarreglo. Primero acusaron a Andrés: “¡Que no, papá, que no, mamá, que yo no he sido. De verdad que no he sido”, dijo.

La niña, Vanesa, también dijo que ella no había sido. Y lo mismo dijeron el padre y la madre. Hablaban  a gritos, ya que los cuatro estaban muy nerviosos. Fue mucho el jaleo, pero la cama no se despertó, pues  había cogido el sueño profundamente.
 

 

 

La familia, calmados los ánimos y el griterío, empezó a temer quedarse sin aquella cama para la noche, lo que obligaría al niño a dormir en un sofá incómodo. Por tanto, creyendo que la cama estaba rota, decidieron llamar a un carpintero para que enderezara aquellas patas dobladas. Ni sospecharon que sólo estaba cansada.


 

 

Llamaron por teléfono a un taller de carpintería. Y, poco después, apareció un operario con su caja de herramientas y la mejor disposición para solucionar el problema.

 


Cuando supo lo que pasaba, el carpintero entró en el cuarto y, con profesionalidad y falta de delicadeza, dio un tremendo martillazo en una de las patas:

-¡Esto es lo que tengo que arreglar! –exclamó.

La cama despertó sobresaltada y se enderezó de pronto.

 El carpintero retrocedió espantado: la cama estaba arreglada completamente y él sólo había dado una vez con el martillo, como para cerciorarse del daño que debía reparar. Sintió miedo: allí pasaba algo muy extraño. Recogió la caja de herramientas y corrió hacia la puerta.


         –¡Eh, oiga! ¿Qué es lo que pasa, por qué se va corriendo de ese modo? –le gritaron al carpintero que se precipitaba escaleras abajo.

 

 Apenas le escucharon decir que no pasaba nada, que todo estaba arreglado, que adiós.

 

 

         –¿Y no piensa cobrar? –preguntaron extrañados.

 

 

Por lo que corría, era evidente que no esperaba cobrar. La familia estaba convencida de que no había arreglado nada, de que algo raro le había pasado y por ello había salido corriendo como si lo persiguiera el mismísimo diablo.

Llegaron al cuarto y comprobaron que la cama estaba en perfecto estado, absolutamente impecable. No comprendían lo ocurrido. Pero, ciertamente, Andrés durmió en ella mejor que nunca.

  FIN