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UN PRÍNCIPE ENCANTADOR

Cuento para niños y para niñas de hasta 99 años

Antonio García Velasco

 

Índice

01. Los encantos del Príncipe

02. Enseñanzas y estudios principescos

03. Las tristezas

04. Las cargas del secuestro

05. Las consecuencias del secuestro

06. La planta de la mariposa

07. Lucía de Piedralejos

08. El viaje

09. El encuentro con el Príncipe

10. Viaje de regreso

11. La vuelta a casa

12. Preparativos de boda

 

 

* 1. Los encantos del Príncipe *

 

En aquel reino llamado Cachipampa, había una vez un Rey y una Reina que tenían un hijo, al que pusieron el nombre de Carlos José. Éste era un muchacho bello, alegre, inteligente, aficionado al estudio, a los deportes, a los juegos lógicos, al bordado en oro sobre fondo azul y a cocinar.

 

            Sabía tocar instrumentos musicales diversos y componer letras, melodías y canciones. Cuando bailaba, despertaba la más alta admiración de súbditos y congéneres de otros reinos. De hecho, cuando organizaban fiestas en palacio o llegaban los días de los festejos populares, acudían gentes de los más remotos confines con la esperanza de contemplar alguna danza del Príncipe, escucharlo cantar, o poder adquirir algunas de las partituras de las canciones que componía y que, en tales circunstancias, se sacaban a la venta.

 

            En una ocasión, organizaron un debate público en el que el muchacho se enfrentaba, dialécticamente, con siete prestigiosos sabios venidos de las más afamadas universidades del mundo. Todos pudieron admirar su inteligencia, su capacidad de réplica, sus dotes oratorias

y sus enciclopédicos conocimientos.

 

            Cuando los cortesanos descubrieron que los alimentos servidos en un banquete palaciego habían sido cocinados por el Príncipe, se extendió como un reguero de agua de lluvia su fama de cocinero y se puso de moda el cocinar noble.

 

            De todos los rincones del reino enviaban al palacio real recetas perdidas o novedosas para la cocina principesca y, además, acertijos y juegos de inteligencia. Y todos recibían una nota de agradecimiento de puño y letra del Príncipe y, si se trataba de adivinanzas o intríngulis, una carta con la respuesta correcta. Si a alguien se le ocurría enviar recetas, adivinanzas o problemas que ya eran conocidos por Carlos José, también recibía contestación y una cariñosa advertencia.

 

          Para evitar tales repeticiones, llegó un momento en que los ministros, reunidos en consejo, acordaron publicar cada semana, en el Boletín Oficial del Reino, la relación de recetas, adivinanzas, acertijos y problemas lógicos que el Príncipe recibía y había, en cada caso, cocinado o resuelto satisfactoriamente. De este modo el BOR fue el periódico más leído y el que causaba mayor entretenimiento a los ciudadanos de aquel país.

 

2. Enseñanzas y estudios principescos *

 

            De los deportes, el Príncipe practicaba principalmente la natación y los más variados juegos de pelota. En cambio, consideraba crueles y abusivas la equitación y las carreras de carricoches.

 

            Su padre y su madre lo adiestraban, desde sus primeros años, en el arte y el saber políticos, en el trato adecuado a las gentes según rango y condición, y en el amor a la sabiduría y la superación personal.

 

            Estudiaba lenguas clásicas y modernas. En primer lugar el griego, después el latín; luego el hebreo para las Letras Sagradas y, por último, el caldeo, el arábigo y las lenguas habladas en los países vecinos. Quería conocer todas las historias que recogiera la Cosmografía antigua o moderna. De las llamadas artes liberales, geometría, aritmética y música, ya sabía los fundamentos desde la tierna infancia y, en la adolescencia, continuaba profundizando. Aprendía los cánones de Astronomía, pero dejó a un lado la Astrología adivinatoria, como cosa tonta y vana. Del Derecho civil, quería saber todos los textos y comentarlos con ayuda de la Filosofía.

 

            Su programa de estudio incluía los libros de los médicos griegos, árabes, latinos y norteamericanos, incluso los de psicología aplicada y divulgativa, sin despreciar los talmudistas, los cabalistas y los homeópatas. Practicaba las anatomías para adquirir el conocimiento perfecto del organismo humano. Leía con frecuencia los santos libros en su lengua original y, en definitiva, procuraba reunir la mayor cantidad posible de ciencia y sabiduría.

 

            Pero como conviene salir, durante algunas horas al día, de la tranquilidad y reposo del estudio libresco y el trabajo intelectual, practicaba las artes marciales y el manejo de las armas.

 

            Sus preceptores le recordaban frecuentemente que, según el sabio Salomón, la sabiduría nunca entra en los espíritus malévolos y que la ciencia sin conciencia es sólo ruina del alma. Por ello orientaba su vida hacia el perfeccionamiento moral y el pensar positivo. Procuraba, pues, no entregar su corazón a la vanidad ni al deterioro.

 

            De este modo, crecía en el camino de la superación constante, procurando el mayor y mejor adiestramiento e instrucción. Y era su vida entretenida, divertida y bien aprovechada.

 

 

* 3. Las tristezas  *

 

        Pese a su sabiduría y perfección, poco después de haber cumplido los dieciocho años, comenzó a estar triste, cada vez más triste, cada día más desganado, cabizbajo y cariacontecido. Todos en palacio estaban preocupados y mucho más su padre y, de manera especial, la Reina. Fue precisamente ésta la que una mañana dijo al Rey:

 

            -Nuestro hijo necesita encontrar una princesa que lo enamore.

 

            Aquellas palabras se propagaron como un anuncio. Pero antes de que las princesas del mundo tuvieran noticias de que el Príncipe de Cachipampa estaba en edad de encontrar prometida y pudieran, consecuentemente, aspirar a enamorarlo, una mañana desapareció como por magia.

 

            Cuando acudieron sus ayudas de cámara a la habitación, encontraron la cama deshecha y ni el más mínimo rastro del heredero. A la voz de alarma, acudieron la guardia, el Rey y la Reina, los preceptores, los ministros... Ninguno podía dar crédito ni noticia de la desaparición de Carlos José.

 

            Pasaron días de angustia y desconcierto. Unos afirmaban que el muchacho había sido raptado por seres tenebrosos de malignos poderes y otros eran de la opinión de que, presionado por la tristeza, se había marchado voluntariamente en busca de aventuras. Ni sus padres ni sus preceptores admitieron esta segunda posibilidad, avisados de la integridad moral del Príncipe:

 

            -Si él hubiese querido correr aventuras -decían-, hubiese manifestado su deseo sin ningún temor o reparo.

 

            Por fin se acordó, tras horas de deliberación ministerial y de informes desinformados de la policía del Reino, la publicación de un edicto anunciando sustanciosas recompensas a la persona que diera noticias del paradero de Carlos José y bienes incontables al que consiguiera su rescate, si es que estaba secuestrado.

 

*  4. Las cargas del secuestro *

 

            Aunque en el reino de Cachipampa, la idea de un secuestro era sólo un punzante temor, el Príncipe estaba, en efecto, secuestrado, encerrado en las mazmorras de un castillo esplendoroso, mansión del Rey Heliodoro Primero, señor de Tierrasaltas y Luzdorada.

 

            Este Reino era conocido por el sibaritismo de su monarca, sibaritismo que había contagiado a sus nobles e incluso al pueblo llano. Rey ambicioso, temido, caprichoso, lleno de poder, capaz de las más ruines acciones para conseguir sus propósitos.Pero sus servicios de inteligencia y diplomacia extendían sus tentáculos e influencia por todo el mundo, cuidaban su imagen y proponían una visión ennoblecida de la persona real y de todo el territorio.

 

          Nadie podía sospechar que el Príncipe de Cachipampa había sido raptado por los secuaces de Heliodoro Primero. Al contrario, cuando se hizo oficial tal desaparición, el primer comunicado de lamentación llegó, precisamente, de Tierrasaltas y Luzdorada. Y venía, además, con un firme ofrecimiento de colaboración para encontrarlo.

 

            Por mandato real, tres condiciones impusieron sus raptores a Carlos José de la Cachipampa: primero, hasta que todos estuviesen hartos de sus recetas culinarias, tenía que cocinar diariamente los platos más exquisitos para Heliodoro y sus cortesanos, pues no había placer gastronómico mayor para un rey que la comida cocinada por un príncipe de reinos ajenos; segundo, tenía que bordar en oro el manto más lujoso que jamás soñara ser humano, con el que el malvado rey

asistiría a la boda de su hija Eloisa de la Luz Más Dorada, y, tercero, tenía que dirigir un ambicioso proyecto: recoger en un libro todos los conocimientos de la época, porque decía este rey que "quien tiene el saber, tiene el poder" y él quería tenerlo, sin estudiarlo, al alcance de la mano, agrupado en un volumen manejable y enciclopédico.

 

            En un principio, Carlos José se negó con rotundidad. Pero no sabía dónde estaba, ni quién le exigía aquellos trabajos, ni cómo conseguir su vuelta a casa. Terminó, pues, aceptando los encargos, con esperanza de ganar tiempo, conocer el terreno y planear su fuga.

 

 

*   5. Las consecuencias del secuestro *

 

            Mientras Heliodoro y sus ministros se relamían de gusto saboreando los platos que les cocinaba su prisionero, en Cachipampa se había perdido el gusto por la comida.

 

            Mientras Heliodoro se recreaba

contemplando el avance del bordado de su

espléndido y lujosísimo manto, los padres de Carlos José habían descuidado sus vestidos a causa de la tristeza y la desesperación.

 

            Mientras Heliodoro celebraba el avance de las píldoras de sabiduría que iban engrosando su ansiado diccionario, el saber inútil para encontrar a Carlos José ponía de mal humor a los sabios todos del Reino de Cachipampa.

 

 

*    6. La planta de la mariposa  *

 

            Un día, para poder conocer los alrededores del castillo, el príncipe secuestrado pidió que lo sacaran al bosque para buscar una planta llamada de la mariposa, con la que iba a cocinar un plato del que el rey y toda la corte guardarían memoria. Le concedieron el deseo, con la condición y amenaza de que si el plato no gustaba, tendría que pagarlo bien caro.

 

            Pensaban que, quizás, la salida era una treta para buscar una planta venenosa con la que conseguir la intoxicación de todos los comensales. Pero un intento semejante seria inútil, puesto que él era el primero que tenía que comer sus guisos, salsas, sancochos, rehogados, fritos, cocidos, asados, horneados o adobos.

 

            Sebastián Gromantes, un avispado cortesano, dueño de unos almacenes de herboristería y condimentos, lo acompañó todo el tiempo, con el encargo de estar atento a las recolecciones de plantas que hiciera Carlos José.

 

            La excursión al bosque transcurrió sin novedades dignas de mención: el Príncipe de Cachipampa recogió la planta, Gromantes guardó el secreto de las características de la misma y volvieron al castillo.

 

            En efecto, el plato de la hierba de la mariposa gustó tanto que ninguno pudo dejar de comentar sus excelencias. Incluso llegó al pueblo llano, que se interesó por aprenderlo y poder, así, saborearlo.

 

            Y, en tales condiciones, iban pasando los días, las semanas, los meses, casi dos años ya... Carlos José no encontraba la ocasión para planear su fuga y los súbditos de su padre no encontraban la más insignificante pista sobre su paradero.

 

 

*     7. Lucía de Piedralejos  *

 

            No todos andaban descaminados en la búsqueda del Príncipe raptado: Lucía de Piedralejos, una humilde muchacha, tan hermosa como una flor oculta, tan sensible y tan fuerte como la pradera nevada, tan inteligente, intuitiva y vivaz como el águila, se había dejado llevar por una pista insignificante, que a cualquier otra persona hubiese pasado inadvertida.

 

            Escuchó comentar a unos turistas de Tierrasaltas que, en su país, se había popularizado un plato que se condimentaba con la hierba llamada de la mariposa. Esta hierba sólo se compraba en Casa Gromantes, cuyo dueño obtuvo el privilegio real de la comercialización, en pago a sus servicios. Nadie sabía, a ciencia cierta, el origen y naturaleza de la planta, por lo que los Gromantes estaban incrementando su fortuna con la exclusiva de su recolección y venta.

 

           Lucía cayó pronto en la cuenta de que fue ella, precisamente, la que había enseñado a Carlos José la receta. La había aprendido de su abuela y, ya que el Príncipe era aficionado a cocinar y se dedicaba a las artes culinarias como recreo, afición y medio para la relajación, le escribió, antes de la costumbre de publicar recetas en el BOR, explicándole el procedimiento para cocinar el plato de la hierba mariposa y dándole instrucciones para encontrar la planta y recogerla en el momento oportuno.

 

            No lo pensó dos veces: Lucía cogió su macuto, en el que metió un par de botas, un cuchillo, polvo blanco para limpiarse los dientes, un vestido y una muda nueva, y marchó decidida al Reino de Heliodoro Primero.

 

 

*     8.  El viaje  *

 

            Atravesó montañas y ríos, prados y bosques, pueblos y ciudades. Desafió peligros humanos y geográficos, de tormentas y de sol abrasador, hasta que llegó, sin preguntar para no despertar sospechas, al castillo esplendoroso del Rey de Tierrasaltas y Luzdorada. Primero estudió el terreno de los alrededores y, a continuación, se acercó como mendiga para ver qué averiguaba. Después llamó a la puerta de los suministros para pedir trabajo. La despidieron de mala manera, pero consiguió ver y reconoció al Príncipe Carlos José.

 

            Aquella noche se la pasó pensando en el modo de rescatarlo y, al amanecer, se le ocurrió la idea de entrar como proveedora de pan, leche o frutas.

 

            Para conseguir su propósito, localizó al carretero encargado de llevar la leche y le pidió que la dejase hacer su trabajo. Pero éste, esperando la buena propina que siempre recibía, a pesar de los ruegos insistentes de Lucía, se empecinó en su negativa. En consecuencia, ella, sin pensarlo dos veces, le arreó el golpe defensivo que su padre le había enseñado: el carretero se desplomó grogui instantáneamente:

 

            -Lo siento, hermano -dijo mientras lo escondía-. Te daré la propina cuando vuelva.

 

 

*     9. El encuentro con el Príncipe  *

 

            Llegó al castillo con decisión. Cogió su cántaro de leche y lo cargó al hombro dispuesta a meterse en las cocinas. Al alto de la guardia, enseñó el contenido del cántaro, explicó que su tío no podía ir y le había dado a ella el encargo.

La dejaron pasar: el carro les era conocido y nada debían temer de una muchacha como aquélla.

 

            El Príncipe estaba en aquel momento preparando un cochinillo a la brasa, adobado con plantas aromáticas. Lucía consiguió acercarse a él y le dijo al oído: "Príncipe Carlos José, he venido a sacarte de tu cautiverio. Haz lo que te diga: comienza a darme voces regañándome por la mala calidad de la leche y corre tras de mí, como si fueses a comprobar los cántaros que aún tengo en el carro".

 

            Carlos José se quedó sorprendido,

pero Lucía insistió con decisión y firmeza: "¡Haz lo que te digo, ya!". Él comenzó entonces a darle voces, de un manotazo le tiró el cántaro, y fue tras ella como si quisiera ajustarle las cuentas.

 

            -¡Maldita seas, chiquilla estúpida! ¿Qué leche me has traído, cómo voy a hacer un buen flan con semejante porquería? ¡Ven aquí y te acordarás de mí!

 

            Ella corría gritando a su vez: "Lo siento, lo siento, en el carro tengo más leche, de la mejor calidad, lo siento, me he equivocado".

 

            Los guardias, la detuvieron y cuando Carlos José llegó al grupo, como era avispado, tuvo la buena idea de decir: "Vamos a comprobar si es cierto lo que me dices. Venid, guardias conmigo, y si esta muchacha miente, juro que la tendréis que encerrar con diez pares de candados".

 

            Los guardias accedieron y, tres de ellos, llegaron con Lucía y Carlos José al carromato. La chica saltó al tablero como para mostrar la calidad de su mercancía y, antes de que se dieran cuenta, había asestado sus golpes precisos a cada uno de los tres hombres armados:

 

            -¡Sube! -ordenó mientras le tendía la mano al joven.

 

            Arreó las bestias y salieron a escape. El resto de la guardia comenzó la persecución a pie, mientras uno de ellos fue a dar la voz de alarma y a avisar a la caballería.

 

*  10. Viaje de regreso  *

 

            El camino atravesaba un bosquecillo. Antes de llegar, dispuso los cántaros como si fuesen los conductores del carro y, en los primeros árboles, Lucía hizo saltar a Carlos José y ella saltó tras él. Lanzó un puñado de los polvos dentífricos al ano de los caballos, que salieron aspaventados por el impulso

de los picores.

 

            -¡Subamos a aquel árbol! -indicó.

 

            Subieron a la copa y, allí, permanecieron ocultos. Vieron pasar a los guardias y, pronto, a la caballería del castillo, persiguiendo al carro desbocado. Cuando se hizo de noche, bajaron y comenzaron a correr hacia la frontera.

 

            De día, se ocultaban para descansar y, de noche, orientados por las estrellas, caminaban sin descanso hacia Cachipampa. Carlos José no tenía la menor idea del lugar en el que había estado prisionero y, por tanto, se dejaba guiar por su salvadora.

 

            Como el viaje a pie era largo, tuvieron tiempo de contarse mutuamente sus vidas. Carlos José le habló de los encargos que tenía que cumplir durante el cautiverio, del punto en que dejó el bordado y la enciclopedia... Ella hablaba de su familia, de sus estudios y de sus inquietudes. Le explicó, por otra parte, que fue la receta de la hierba mariposa la pista que la orientó para encontrarlo. De este modo se fueron conociendo. Él quedaba cada vez más maravillado de la inteligencia de Lucía, de su capacidad de decisión y de sus cualidades para desenvolverse en los momentos difíciles.

 

 

*  11. La vuelta a casa   *

 

            Llegaron, por fin, a Cachipampa.

 

            Al pisar la frontera, el Príncipe fue reconocido y la voz anunciando el regreso se les adelantó. De tal manera que, cuando llegaron al palacio real, ya les esperaba un apoteósico recibimiento.

 

            Cuando Carlos José explicó a su padre y a su madre la forma y las peripecias de su rescate, el Rey se acordó de la promesa que anunciara en su edicto y fue a ofrecerle a Lucía la recompensa. Pero la muchacha ya no estaba presente.

 

            -Quiero que sea mi esposa -pidió el Príncipe.

 

            Y comenzó a explicar las grandes cualidades de la muchacha. Pero ésta había

desaparecido y nadie la conocía.

 

            Carlos José se acordó de la carta que Lucía le había escrito hacía mucho tiempo, dándole la receta de aquel plato exquisito. Buscó la carta y, en efecto, el remite de la misma le indicó la dirección donde buscar. Llegó, junto a sus padres y el séquito real, a la casa de ella. La muchacha insistió en que no quería ningún tipo de recompensa. Pero el Rey se adelantó a pedirle la mano para su hijo.

 

 

*  12 Preparativos de la boda  *

 

            Comenzaron los preparativos de la boda.

 

            Antes de la celebración aún consiguió Lucía una sorpresa para su prometido. Hizo un viaje al Reino de Tierrasaltas y Luzdorada junto con los embajadores de Cachipampa, solicitó una audiencia con Heliodoro Primero y, para sorpresa del monarca, de los cortesanos

presentes y de los diplomáticos que la acompañaban, pidió quedarse a solas con él.

 

            -Majestad -dijo en cuanto salieron todos-, si me entregáis el manto bordado por Carlos José, nadie sabrá nada de la vileza de vuestro rapto. De lo contrario, el mundo entero conocerá la naturaleza de vuestra fechoría y, difícilmente, se evitará un bloqueo económico e incluso una guerra. Merecéis el aniquilamiento y sólo estoy pidiendo una mínima indemnización.

 

            Heliodoro Primero comprendió que Lucía no amenazaba en vano y que callaría si accedía a su petición. Como si fuese un regalo de bodas, le entregó el manto y los hilos de oro que quedaban para rematar el bordado.

 

            -Respecto a la enciclopedia, os la guardáis, que la sabiduría nunca está de más y buena falta os hace.

 

            Aquel manto, con bordados que ella misma acabó, fue su regalo a Carlos José.

Éste no salía de su asombro, ya que no se

explicaba como había llegado a manos de ella. Pero lo lució con orgullo el día de la boda.

 

            Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

 

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